Lo confieso, mi último libro, Los desmadres de Mym, es más autobiográfico de lo que parece. Como a la protagonista, suele ocurrir que digo “Me voy a la cama” y media hora después aún no he llegado a mi habitación. Y no porque me quede clavada a la serie de turno, qué va. Es que por el camino voy recogiendo de todo, colocando, guardando en su sitio, cargada con “esto para el cajón de los calcetines”, “esto va para lavar”, “esta pieza del Lego aquí… La pierna de la Barbie allá…”. A pesar de ello cuando me derrumbo en el colchón me remuerde la conciencia por todo lo que me queda por ordenar. ¡Quiero que las cosas tengan pies para que vayan ellas solas a su sitio!

Es un sin vivir. Y yo, que me pasé toda la juventud defendiendo el caos a mi alrededor, diciendo a mi madre “no está desordenado, sé dónde está cada cosa”, ahora me las veo repitiendo sus frases como si fueran mi mantra.

—¡¿De quién son estos calcetines?! ¿Y esta toalla qué hace aquí? ¿Cuántas veces tengo que decir que…?

Lo de si no puedes con tu enemigo únete a él no funciona, porque el desorden siempre irá muy por delante de mí, siempre será más fuerte y más proactivo que yo. Tiene vida propia y parece estar en plena aborrescencia. Le encanta imponer sus normas de “pon cada cosa donde te plazca”.

Así que, después de mis fallidos intentos por vivir en el orden a lo Mary Kondo, he descubierto que solo me queda una opción. LA opción. Y digo LA opción porque sí funciona.

¿Que cuál es?

No tener nada.

Por ejemplo, pijamas, babis, chándals…, de quita y pon. ¿Cositas monísimas que decoran sin más? Fuera. ¿Cazuelas, vasijas, libros, ropa… que guardo por si acaso?

Fuera.

¿Sacos y zapatos que me encantan y ya no me pongo pero que guardo porque algún día me los pondré (aunque ese día no llega)?

Fuera.

¿Ropa de mi esposo que ni sabe que tiene?

Fuera.

Aviso que esto de tener poco es adictivo. De pronto llegas a casa y en tu salón solo hay un libro, el que estás leyendo. En el baño solo hay una toalla, la que estás usando, y en el armario otra de repuesto (no quince). En la cocina solo hay cinco platos, cinco vasos, cinco tenedores…, como en la casa de los enanitos de Blancanieves pero tamaño real. Todo eso, a parte de ser superfácil de tenerlo ordenado, ahorra una cantidad de tiempo que te parecerá que han aumentado las horas del día.

Haz la prueba: lo que no uses durante la semana te sobra. ¡Verás como así mantienes el orden sin morir en el intento

 

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