Dice la numerología que este es, porque todavía lo es, un cierre de círculos: si dejaste un amor inconcluso, vas a ponerle fin; si dejaste una decisión sin tomar, vas a decidirte ahora; si vas a cambiarte de casa, dejar un trabajo o atreverte a algo que venías pensando desde años antes, en este 2016 lo hiciste o sembraste el terreno para consolidarlo en los próximos meses. De acuerdo a los seguidores de la astrología, 2016 suma 9, número del cierre y el inicio de una nueva era.

Pero si eres de las personas que no cree en los horóscopos, los propósitos de Año Nuevo son una buena forma de cerrar y tomar decisiones, habrá cosas que te costarán más trabajo que otras, algunas no las conseguirás en el transcurso de un año, pero lo cierto es que el chiste de anotarlas en una lista, es para que las hagas, para que lo intentes, para que te pongas metas.

Este año sí escribo el libro/guión/show completito”, me la paso diciendo esto desde los últimos 15 años y, la verdad es que si no me siento a calendarizar y ponerme límites (tipo no salir a todas las fiestas a las que me invitan, ponerle horarios a Facebook y dejar de desvelarme viendo Netflix), no podré terminarlo nunca. ¿Qué tipo de metas te pones cada año que no cumples o qué te mueres por cumplir y ves que la vida pasa?

Esto es de lo que se trata la mística y la “retórica” del Año Nuevo, creas en lo que creas, porque lo importante de cada día de nuestra vida es saber que lo aprovechamos; y, vamos a ser honestas, a veces los desperdiciamos porque sí o porque estamos cansadas, o porque emocionalmente te sientes disminuida y estresada y no quieres hacer nada, si es que puedes elegir no hacer nada, que no todas tenemos esa opción. Si no contáramos los días de nuestra vida, ¿cómo sabríamos que estamos haciendo cosas o dejando la vida pasar?

Yo te recomiendo que cuentes tu vida en momentos, en hechos y en resoluciones. ¿Viajaste, amaste, comiste algo nuevo, recuperaste una amistad del pasado, viviste un romance, hiciste algo único con tu pareja, tu hijo te regaló instantes inolvidables, creció, te dijo algo que te conmovió, culminaste un proyecto académico, profesional o doméstico, compraste ese objeto que tanto soñaste, arreglaste por fin ese desperfecto que te desquiciaba cada que salías de tu casa? Todo, absolutamente todo cuenta. Sólo cuéntalo, literal y metafóricamente.

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Te comparto mi cierre: retomé contacto con un ex novio, con el que tuve un fabuloso romance que terminó abruptamente en contra de mi voluntad, a calzón quitado: me cortó; me buscó un año después de aquello, pidió vernos de nuevo, yo propuse irnos de viaje juntos. Nadie habló de “ver qué onda”, “intentar” o “darnos otra oportunidad”. Se trataba, tan solo de estar juntos. Acepté sin dudar un segundo ni considerar las posibilidades reales que eso implicaba: sacarnos los ojos o querer volver. Eso se dio en las siguientes semanas de convivencia.

Estuvimos juntos unas cuantas semanas, en las que no todo salió bien, pero otras muchas cosas fueron perfectas. Con todo lo que pasó, incluyendo las tensiones y sí, algunos dramas que yo llamaré discusiones, vivimos días maravillosos que contuvieron en ellas la vida como es, porque así son las relaciones humanas y de pareja: imperfectas, porque las fantasías no existen, porque los desajustes también son parte del querer, y sobre todo, de aceptar al otro como es, con defectos, con incompatibilidades, con sus dificultades.

Mi pretexto para verlo fue que aquel romance había terminado, en mi punto de vista, mucho antes de que sucedieran muchas cosas bonitas y yo siempre me quedé con dudas que nunca tuvieron respuesta. Y sí, lo hice también por hedonismo puro: por el único placer de estar con él. No sentí ninguna culpa por proporcionarme lo que yo consideraba un regalo de cumpleaños. Yo quería, yo deseaba, yo decidí estar ahí.

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Al final, decidimos que nuestros contextos y circunstancias de vida actuales no nos permitían estar juntos de nuevo, aun cuando habíamos funcionado juntos y nos sentíamos enamorados de nuevo. Pero lo vivido nos permitió darnos cuenta de ello y atrevernos fue la clave. Vivir sin temor. Tomar decisiones, aunque duelan.

Cerré un vínculo que fue muy importante en su momento, porque me había tocado profundamente en el pasado. Hoy me siento tranquila y feliz de haberlo hecho, de no haberme quedado con las ganas de nada; di todo, me entregué completa y no lo cambiaría por “no tener problemas”, “darme a desear”, “no perder el tiempo”, “evitarme otro corazón roto”. Por primera vez, di sin pedir nada a cambio en una relación. ¿Obtuve algo? Sí: viví y aprendí.

Me deshice de la tristeza, de la nostalgia, del dolor que me causó perderlo en su momento y de la duda, sobre todo de la duda de «¿qué hubiera pasado si?»… Ahora ya lo sé, porque ya lo viví. Eso es impagable. Fue mi mejor cierre de año, una asignatura pendiente que por fin quedará atrás envuelta, además, en un fabuloso recuerdo de vida, en esas anécdotas que cuentas 20 años después de que sucedieron.

Por eso es importante celebrar el año, porque cerramos círculos, comenzamos un cambio o un proceso nuevo y cumplimos pequeñas o grandes metas, y si no lo logramos, tenemos la oportunidad de empezar otra vez (es decir, seguir intentando); tener la noción del tiempo para saber si es momento de dejar ir algo inútil o de perseverar, es necesario para no estancarnos ni dejar pasar las oportunidades para movernos. Para eso funciona el tiempo, para eso tachamos los calendarios –y, no solo para pagar la renta y checar el periodo–.

 Cuéntame en este mismo espacio, ¿qué dejaste ir, qué cambiaste y qué aprendiste en tu año nueve? ¡Compartamos!

Columna de Gabriella Morales-Casas


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