¿Te ha pasado que hay personas que conoces y cuyo fin primario y último en la vida es ser y parecer felices no importa qué? Bueno, pues ellos o ellas son personas positivas en niveles tóxicos. Y obvio que todos queremos ser o sentirnos felices, pero de manera «permanente» se vuelve difícil de creer.

La positividad tóxica es la actitud que mantiene un optimismo permanente y excesivo ante cualquier circunstancia, es decir: pase lo que pase. El efecto es que con esa bandera niega, invalida y minimiza los demás estados emocionales «ordinarios y comunes» que forman parte integral de la experiencia humana.

La salud mental a últimas fecha ha tomado un papel mas visible y le ponemos mas atención, pero a veces nos limitamos a considerar que el «malestar mental es lo que nos provoca bajón o aislamiento social, lo que nos aleja de otros o de nosotros mismos porque hay depresión, ansiedad, tristeza, etc.» Y hay un punto, pero también ser felices a toda costa, estar siempre bien, hacer «como que no pasa pasa» y ser tóxicamente feliz causa daño, propio y a los demás, porque no solo evita sentir emociones distintas a la felicidad y esas se manifiestan de otras formas en la persona, pero deteriora las relaciones interpersonales a todos los niveles. Es una dinámica emocional evitativa.

Toda emoción tiene un objetivo, los estados de ánimo son variables y reflejan nuestro sentir de acuerdo a la situación en la que nos encontramos; así hay momentos para sí sentirnos felices, otros para sentir preocupación, miedo, frustración, enojo, nostalgia, alegría, indiferencia, ira… etc.

La vida nos pone aprendizajes ante los cuales nuestro ser humano reacciona. Imagínense si tragarse los chicles no es bueno, guardarse la tristeza, la rabia o el enfado, lo es mucho menos.

Las redes sociales son unos de los espacios en los que la cultura de la positividad tóxica está más presente y ahí tenemos la opción de retirarnos (si lo deseamos), o bien, discriminar a quien seguimos y a quien no. Pero en la vida real, no falta estar en una situación que amerita emociones no alegres, como la preocupación, el duelo, la angustia, etc., y no falta un positivo tóxico que con su «exagerada felicidad» invalida nuestro estado de ánimo; y aunque siempre se agradece el apoyo y la compañía, no es lo mismo cierto nivel de optimismo que un «no pasa nada» (cuando a lo mejor a alguien más se le cae su mundo).

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Es decir: balance. Equilibrio.

Los extremos son negativos: tanto vivir sumido en la queja y pesimismo; como vivir solo haciendo alarde de la felicidad. Ambos lados causan daño, merman la comunicación, la empatía; no permiten ponernos en el lugar de alguien más.

Perder un trabajo, la salud, a una persona que amamos; deber dinero, sufrir una decepción amorosa, sentir angustia por una situación determinada son razones válidas para no sentir felicidad y hay que normalizarlo, validarlo.

Mirar las emociones que se presentan y cómo es que nos ayudan a salir del tema. También es sano asumir sin suprimir, las emociones distintas a la felicidad.

El autor de The subtle art of not giving a f*ck («El sutil arte de que te importe un carajo», 2018), Mark Manson afirma: «Cualquier intento de escapar de lo negativo -evitarlo, sofocarlo o silenciarlo- fracasa. Evitar el sufrimiento es una forma de sufrimientoLa negación del fracaso es un fracaso«.

Así funciona la positividad tóxica: impone una actitud falsamente positiva, un estado feliz y optimista sea cual sea la situación, silenciando nuestras emociones «negativas».

Signos para detectar la positividad tóxica

  • Ocultas o maquillas tus verdaderos sentimientos.
  • Tratas de «seguir adelante» ignorando o descartando una o varias emociones.
  • Te sientes culpable por sentir lo que sientes.
  • Minimizas las experiencias de otras personas con citas o declaraciones que te hacen sentir bien.
  • Tratar de darle otra perspectiva (por ejemplo, «podría ser peor») en lugar de validar tu experiencia emocional.
  • Avergüenzas o castigas a otros por expresar frustración o cualquier otra cosa que no sea positividad.
  • Ignoras las cosas que te molestan con un «es lo que es».
  • Invalidas las emociones negativas de los demás.
  • Haces sentir culpable a los demás por sentirse infelices.
  • Haces alarde de tu felicidad permanente sin que se necesario o solicitado.

Esta «falsa felicidad» limita la habilidad de generar resiliencia; de ponernos a salvo de ciertas situaciones de riesgo porque también suprimimos el miedo; minimiza los sentimientos de los demás y es una forma «pasiva-agresiva» de relacionarse con los demás. Esta forma de vida, el estilo de vida de felicidad absoluta, crea una realidad alterna que promete que no hay dificultades, ni problemas en la vida, y que la fuerza de voluntad y las ganas son lo único que se necesita para lograr algo.

Nos guste o no, la tristeza es parte de la vida y reconocerlo es parte de nuestra adaptación y buena salud mental. Los positivos tóxicos también tienen actitudes infantiles, no demuestran una madurez adulta funcional. Las cosas no siempre salen como deseamos, y no todo es creer que todo lo podemos o que tenemos buena o mala suerte.

Enfocarnos en los aspectos positivos de las diferentes situaciones que van ocurriendo en la vida (sacar lo mejor de lo peor) puede ser terapéutico y constructivo. El problema es que llevado al extremo puede generar una baja capacidad de afrontar situaciones negativas. En mi nunca humilde opinión se necesitan mas dosis de realidad en todos los sentidos: Necesitamos contactar con nuestras verdaderas y genuinas emociones. Está bien estar mal y también es una habilidad adaptativa del ser humano. La lágrimas corresponden cuando lo sientes necesario, porque ¿Sabes qué? Las sonrisas falsas también eventualmente se notan.

Hay que alejarse del positivismo tóxico, guardar una sana distancia. Nuestra emociones individuales son valiosas y se manifiestan por diversas razones, no permitas que nadie minimice lo que sientes, no minimices las emociones de nadie mas.

Un abrazo,

Karla Lara


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