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Ser mujer en el siglo XXI ha sido una oportunidad para reconocer que hay mucho por hacer en el ámbito del reconocimiento del valor, el amor, el respeto que merecemos y que aún no hemos podido ver en nosotras mismas. Por supuesto que también los hombres, todos los que hemos vivido en el patriarcado, en esta sociedad regida por energía masculina dominante, necesitamos reconocer que el respetar al otro y ver sus cualidades depende de poder ver en mí las mías, para que así, las podamos identificar en los otros.

Ya seamos hombres o mujeres.

Cuando no puedo ver el respeto, el valor, el amor en mí, espero que alguien afuera me lo provea, y entonces dependo de un agente externo proveedor:novio, amigos, amigas, jefe, padres alguien de quien espere que me quiera y a quien yo le exija que esté para mí respetándome, valorándome o amándome. Por eso tengo que aprender a dármelo a mí misma antes de pensar en compartir o brindar, amor, respeto, valor a otro. Si no aprendo a proveerme a mí misma, lo que hago es ofrecer lo que creo que el otro me puede proveer, con la finalidad de obtenerlo; es decir, que alguien de afuera de mí me lo dé, y esto es más complicado. En lugar de buscar en donde realmente está la respuesta: amarme, respetarme, valorarme primero yo, y una vez que lo reconozco y lo acepto en mí, de ahí nadie me lo puede quitar, porque es mío, auténtico, real.

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Y si lo conozco y lo reconozco como mío, no necesito tomarlo de afuera. Es decir, si tengo una pareja y yo sé que me amo lo suficiente y me valoro, no espero que el otro me valore, simplemente se da, porque no esperaría menos para mí, porque el otro no es el proveedor del amor o el valor, soy yo misma y lo que hago con el otro es potenciarlo, explorarlo y crecerlo, eso que ya veo en mí. Esto creo yo que es fundamental para entender el enfoque del cambio en cuanto al trato que vivimos entre hombres y mujeres. Así es como yo lo veo.

Y bueno, desde esta perspectiva, el domingo salí a marchar con todas las mujeres que elegimos sumarnos a la marcha del 8 de marzo, día internacional de la mujer.

Es el primer año que prácticamente no recibo felicitaciones “por ser mujer, en mi día”, será porque ya se está entendiendo de qué va el día internacional de la mujer o porque el ambiente estaba medio intenso, o porque antes de que empezara a recibir felicitaciones empecé a compartir mi sentir a cerca de los movimientos en los que iba a participar, e invité a las mujeres que quisieran venir a marchar, que fuéramos juntas, y me encantó la respuesta de las que se sumaron.

Para algunas fue todo un proceso acerca de por qué manifestarse; para otras era una marcha trascendente a la que había que apoyar, por nosotras, por nuestras hijas, por nuestras sobrinas, por nuestras hermanas, de sangre y de alma, porque somos mujeres y queremos decir en voz alta que estamos juntas, que no estamos dispuestas a que la furia del hombre enojado y frustrado por las mismas razones por las que la mujer está enojada y frustrada sigan haciendo estragos en la vida de las mujeres -ni de los hombres, pero esta vez es por tantas mujeres violadas, asesinadas, ultrajadas, porque para mi 10 o 11 al día son muchas.

Y no, la solución no es dejar de salir, dejar de vivir, esa definitivamente no es la solución.

Tenemos que llegar al punto en el que veamos que merecemos respeto y lo encontremos dentro, para saber que con nuestra simple confianza en nosotras mismas es suficiente para salir a la calle y sabernos a salvo. También el hombre, que se sienta tan seguro y amado por sí mismo que no necesite desquitarse con nadie, para marcar territorio. Que no es necesario porque el territorio lo tiene en las entrañas, porque se sabe dueño de sí y no necesita arrebatar nada. Así iremos reconociendo de uno por uno que no necesitamos romper, ni atacar, ni arrebatar para tener. Que somos luz y nuestro brillo natural nos deja en la conciencia el ser parte del todo, así que también somos abundancia, somos todo. Y esto lo debemos de saber para dejar de someter y someternos.

El 8 marché. Caminamos 6 kilómetros con muchas, muchas mujeres, sabía que mi hija hacía lo mismo en CDMX, orgullosa de manifestarse y de decir claro y fuerte que no quería que las mujeres como ella vivieran en miedo, porque el mundo que hay hoy es el mundo de ellos, los jóvenes. Nosotras con más de 50 años estamos conteniendo y buscando hacer nuestros últimos y grandes esfuerzos para generar conciencia porque también es nuestro deber cambiar la energía que genera hoy tanta inseguridad. Sé que todas mis amigas (que fueron muchas) que marchamos lo hacíamos en solidaridad con nuestras hijas y nuestras mujeres, porque las queremos seguras, libres, tranquilas, porque no tenemos que cuidarlas, queremos saber -como mi mamá sabía- que regresaría a casa en la noche después de haber salido con mis amigas a jugar, a pasear, a la escuela o con el novio. No importa qué hagamos, debemos saber que vamos a regresar.

En Morelia éramos miles, era impresionante ver el río de gente y los hombres, niños y adultos, con sus pancartas a los lados dándonos su apoyo, sabiendo que seguramente sus mamás o esposas, amigas o hermanas iban en ese río de gente, en donde iba yo.

Sí, yo era una de ellas, y me siento orgullosa de haber ido. Para ser una más que ayuda a inclinar la balanza hacia el lado en que queremos que nos vean, para aprender de las valientes mujeres que organizan el movimiento y nos mueven a todas con respeto, con seguridad, con confianza en que tiene sentido y va a dejar huella porque estamos en momentos de cambios, ya es hora. Y si es en mi tiempo cuentan conmigo, porque mi hija está decidida y no puedo más que apoyarla a ella y a todas. Porque queremos vivir en paz, seguras, libres como seres humanos en plenitud, con amor y con confianza. Porque la vida es para vivirla y disfrutarla, y así me quiero ver y nos quiero ver. En libertad y en confianza viviendo con plenitud.


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