La similitud de sabores que existe entre comida y vino sugiere la búsqueda de algún componente en ambos que permitan equilibrarlos para poder disfrutarlos al máximo. Los sabores pueden ser desde muy sutiles y delicados, a fuertes y aromáticos. Lo más importante es balancear la intensidad. Eso es maridar: la búsqueda de la armonía entre la comida y el vino.
Para lograr esa armonía es aconsejable considerar estas premisas básicas:
- Los vinos delicados se disfrutan mejor con platillos delicados. Los vinos ricos y aromáticos van mejor con sabores fuertes.
- Textura: Las sensaciones de dulce, salado, ácido, amargo y graso que nos produce la comida son, en la mayoría de las veces, más importantes que los sabores. Hay que cuidar el equilibrio de las texturas del vino y del plato.
- Ácido: La acidez del plato debe ser menor que la del vino porque de lo contrario podemos perder la percepción del vino, provocando que éste parezca “plano”.
- Salado: Lo salado y lo ácido funciona muy bien en oposición (Salmón ahumando y Sauvignon o queso de cabra). Lo salado también se opone a lo amargo disminuyendo la percepción de los taninos o lo amargo de la comida o el vino.
- Grasitud: La grasa recubre el paladar y disminuye la percepción de los taninos o los sabores amargos. Las comidas de un alto contenido graso requieren por lo general la intensidad de vinos gruesos.
- Dulce: El sabor dulce de un postre debe ser más sutil que el dulce del vino que lo acompaña, de no ser así el paladar no percibirá la fruta del vino, provocando que se sienta áspero y delgado.
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