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Uno se acerca a la cocina por diferentes circunstancias, a veces por gusto, a veces por tradición y otras por obligación; mi caso fue por este último, porque al ser vegana no te queda de otra.

No es que no me haya gustado cocinar, de hecho, en alguna etapa de mi adolescencia quise ser chef y hasta presenté exámenes de admisión en dos escuelas, al final me decidí por las ciencias de la comunicación y dejé ese deseo en pausa.

La familia de las buenos cocineros

Mi madre aprendió a cocinar desde muy pequeña, su familia fue de la usanza que dado que es la mayor de todos los hermanos, era a quien le encomendaban quehaceres domésticos y uno de ellos era preparar platillos con los ingredientes que tenía, así que también fue maga.
Mi hermano y mis dos hermanas, todos mayores que yo, siempre fueron buenos a la hora de cocinar, tienen buen sazón, los estilos de cada uno son muy diferentes, pero todos de verdad se la rifan. Por mucho tiempo pensé que yo era la patito feo, la única que había nacido sin ese talento heredado por mi mamá. Recuerdo un día que ella salió de viaje y me quedé sólo con mi papá, hice la peor crema de brócoli que nadie haya probado y sin embargo el dijo: “te quedó muy rica”, por supuesto que mintió.

No fue sino hasta que me volví vegana que descubrí no sólo que era buena cocinera, sino que me gustaba mucho hacerlo.

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Foto de: Nadine Primeau

De cocina omnívora a vegana

Cuando hice el cambio de alimentación, mi mamá fue cómplice y no sólo eso, también se convirtió en una promotora del tema y comenzó a adaptar sus recetas al veganismo, sustituyendo la carne por champiñones, la leche y crema lácteas por la de plantas o nueces, el puerco del pozole por setas, etcétera. Buscaba nuevas recetas en YouTube y las hacía, es más, llegó un punto en la que sabía más de cocina basada en plantas que yo, y no sólo eso, su sazón era el mismo, la comida siempre fue riquísima.

En enero de 2018 ella tuvo un accidente muy grave que la dejó sin su mano izquierda, la derecha se la pudieron salvar, sin embargo y tras un año de recuperación, funcionalmente no se podría decir que es la misma mano que antes de episodio; no obstante que aún cocina cosas sencillas y ha agarrado sus mañas para rebanar verdura y hacer todas las ceremonias que requieren las artes culinarias, ella ha encontrado el punto exacto entre sus habilidades y sus deseos de seguir cocinando, así que un día me dijo: “me di cuenta que debo parar, que debo dedicarme más a mí y menos a todo lo que hacía antes para dar gusto todos”. Estuve de acuerdo y entonces me pasó la batuta de cocinera, en parte me la dio, en parte la tomé porque esa y muchas otras responsabilidades debí asumir en este nuevo rol que la vida nos había asignado.

La terapia de guisar

Al principio, mientras atravesábamos esos difíciles meses de su recuperación me estresaba mucho cocinar, especialmente cuando entraba a hacerlo se cargaba en mis hombros un enorme peso que a veces me dejaba sin mover el cuello. Yo sabía que en cuanto me dispusiera a preparar alimentos me iba a sentir abrumada, no disfrutaba estar ahí, ya fuera frente a la estufa, picando verduras o lavando trastes me sentía mal, lo que no sabía era por qué sucedía en la cocina.

Después de algunos meses un día de repente me di cuenta que esa sensación había desaparecido, es probable que también se debió a la llegada de mi cachorra Quinoa (de quién luego les hablaré más), a que la situación familiar mejoraba y a que había encontrado en la acción de guisar y preparar alimentos una especie de terapia, de confort, de escapar de las muchas cosas que estaban fuera de mi control para hacer del cocinar una acto que sí podría dirigir, dónde era creadora para hacer de todos esos ingredientes el platillo que deseaba armar.

Cocinar se volvió mi refugio, poco a poco fui desarrollando nuevas habilidades, iba haciendo de mi forma de alimentación mi propio sello, firmándolo con mezclas propias y con mi sazón, ya no era más ese patito feo, porque en esa cocina y bajo aquellas condiciones surgió nuevamente mi atracción por las artes culinarias y me reuní con esa Laura adolescente que aspiraba a ser chef.

Mi madre es y siempre será la mejor cocinera del mundo, mas sé que al hacerme un nicho en la alimentación vegana y transitar hacia la cocina basada en plantas, también brindo un tributo a ella bajo mis términos, porque ella es el origen, con quien comencé este viaje de reencuentro y redescubrimiento.

Soy cocinera por herencia, por consecuencia y por gusto.

#GoVegan


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