“Odio la vulnerabilidad”, reconoce Brené Brown. Y claro: Diana, su terapeuta, no va a desaprovechar esta oportunidad perfecta para hacer lo que los terapeutas saben hacer mejor y más obstinadamente que nadie: preguntar.
“-¿Cómo es ese sentimiento?
-Como si tuviera la necesidad de arreglar lo que está sucediendo y mejorar la situación.
-¿Y si no puedes?
-Entonces me entran ganas de darle un puñetazo en la cara a alguien…
-¿Y lo haces?
-No. Claro que no.
-Entonces, ¿qué haces?
–Limpiar la casa; comer mantequilla de cacahuetes; culpar a otras personas; hacer que todo cuanto está a mi alcance esté perfecto; controlar todo lo que puedo…”
Es la verdad, amiga: cuando empeñamos todas nuestras fuerzas en expulsar fuera de nuestra conciencia esos sentimientos de dolor, angustia, nostalgia o miedo que emanan de nuestra vulnerabilidad, lo único que logramos es ponernos así: controladores, rígidos, perfeccionistas, compulsivos, desconfiados. Damos la impresión de ser personas muy voluntariosas, todoterreno, resuélvelotodo, pero en realidad estamos secos y lánguidos como una planta que hace mucho tiempo nadie riega con el agua de afectos auténticos, nutritivos.
“El perfeccionismo es un escudo de 20 toneladas que arrastramos con nosotros, pensando que nos protegerá cuando, de hecho, es lo que en realidad impide que seamos vistos y que alcemos vuelo”. Brené Brown
Keep going
Piénsatelo un poco, vale la pena. En tu vida cotidiana: ¿cuán perfeccionista y rígida eres? ¿Te sientes muy, muy pero muy enojada y frustrada si no pudiste cumplir con cada una de las metas o los planes que te habías trazado en el día, así se haya debido a razones tan fuera de tu control como que cayó un aguacero, o que el tráfico te robó un tiempo valiosísimo, o que en el banco no tenían sistema? ¿Te enojas hasta el punto de que te “entran ganas de darle un puñetazo en la cara a alguien” cuando tu servicio doméstico deja tus adornos u objetos personales en un lugar o posición ligeramente diferente a la que tú les habías asignado?
Vamos: no es mi objetivo someterte a uno de esos cuestionarios con puntuación para conocer tu grado exacto de rechazo a las emociones de la vulnerabilidad, pero si tu respuesta fue afirmativa en ambos casos, es bueno que empieces a buscar cuáles episodios de tu vida en los que te sentiste herida, indefensa, inadecuada o humillada estás tratando de enterrar por medio de tu voluntad de control.
Descubrirlo no es fácil; y aceptar ese amasijo de emociones perturbadoras, mucho menos, como te explicaba en un post anterior. Pero ese es el camino honesto, sano, correcto. Como tuitea @Inspire_Us, “It’s okay to cry. Just keep going”.
Zona de postergación
Hay otra alternativa: quedarte donde estás, con el enorme estrés que te produce el hacer gala día a día de tu autosuficiencia, y con el enojo y la frustración que esa autosuficiencia siempre te deja.
Seamos sinceros: ese círculo, aunque vicioso, tiene su encanto. A fin de cuentas, es como tu departamento: lo conoces bien y has llegado a sentirte cómoda en él. A pesar de que allí reinan el estrés y el enojo, se ha convertido en tu zona de confort, aunque esto te suene un tantito paradójico.
Y puesto que el tema de la zona de confort desde hace un tiempo está de moda y mucho se habla sobre él, de seguro ya sabrás qué hay de malo en permanecer demasiado tiempo allí: te estancas, dejas de crecer. Es como una trampa: inviertes mucha energía, sí, pero solo para quedarte atascada en una conducta repetitiva, meramente simbólica e impotente, pues aun si ejercieras todo el control de que fueras capaz, la verdadera causa de tu frustración –ya sabes: las heridas que te recuerdan que eres vulnerable– permanecerá intacta, muy bien protegida por esa dura coraza que es tu compulsión de control y perfección.
En lugar de zona de confort, mejor llamémosla “zona de postergación”, porque eso es lo único que lograrás mientras permanezcas en ella: postergarte a ti misma, al desarrollo de tu individualidad única e irrepetible, con sus defectos y talentos; postergar para quién sabe cuándo todas las experiencias –dulces o amargas, pero siempre enriquecedoras- que solamente a ti corresponde vivir.
Llevar a cabo cambios profundos y duraderos en nuestra manera de vivir, requiere paciencia y persistencia, y no hay por qué apurarse. Pero sí tienes que estar bien decidida. Entonces, ¿vas a seguir postergándote?
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