“No soporto la incertidumbre. No soporto no saber. No soporto exponerme a que me hieran o decepcionen”.
¿Cuántas veces te has sentido así? Sé que no una, sino muchas. Es como una ansiedad paralizante ante el riesgo de sufrir una de esas emociones ingratas que, sin embargo, son inseparables de la vida misma: vergüenza o rabia por haber recibido una crítica de parte de tu jefe o tus padres; decepción porque aquel chico tan guapo que te hacía reír no era en realidad lo que aparentaba, o porque has llegado a sentirte estancada en lo que alguna vez llamaste “el trabajo perfecto para mí”; miedo de aceptar esa nueva oferta profesional, tan bien remunerada y llena de retos emocionantes, pero que te exige abandonar tu ciudad o país y con él todo lo que te es conocido y te hace sentir cómoda.
Pues entérate: se llama vulnerabilidad. Y te garantizo que no habrá un solo ámbito de tu vida que no se vea beneficiado una vez que aprendas a lidiar positivamente con ella. En seguida te empiezo a explicar cómo.
Más allá de la ansiedad
Lo primero que debes saber es que, si bien superficialmente se siente como ansiedad o miedo, la vulnerabilidad va mucho más allá estas desagradables emociones. En su libro Frágil. El poder de la vulnerabilidad (Urano, 2013), la trabajadora social y ex directiva de AT&T Brené Brown –a quien pertenecen las confesiones con que hemos iniciado este post- nos explica que “la vulnerabilidad no es debilidad (…) no se basa en conocer la victoria o la derrota, sino en comprender la necesidad de ambas: es implicarse, es estar totalmente dentro”.
Por favor, que no se te olvide: la vulnerabilidad nada tiene que ver con triunfadores y perdedores. Nos sentimos vulnerables cuando, conscientemente o no, reconocemos los vínculos de afecto profundo que nos unen a nuestros semejantes, y caemos en la cuenta de que nuestra felicidad personal nunca será realmente plena si no somos capaces de crear un sistema de relaciones humanas adecuado para expresar estos afectos.
Pero la verdadera magia de la vulnerabilidad no reside en este reconocimiento, sino que viene a continuación. Al entrar en contacto con nuestra verdadera situación emocional, caracterizada por el vivo deseo de intercambiar manifestaciones de afecto con quienes nos rodean, nos hacemos aptos para conducir nuestra propia vida por caminos genuinos, auténticos. En pocas palabras, comenzamos a ser realmente nosotros mismos: con nuestros miedos, sí, pero sin máscaras. Como lo explica Brown: “Vivir genuinamente supone implicarnos en nuestra vida con dignidad (…) que al levantarnos por la mañana pensemos: `no importa todo lo que voy a hacer hoy ni lo que quedará por hacer, soy suficiente. Sí, soy imperfecta y vulnerable y a veces tengo miedo, pero eso no cambia la verdad de que también soy valiente y digna de ser amada y de sentirme integrada´”.
Y si efectivamente eres valiente y persistes en la vía de la vulnerabilidad, estarás lista para recibir todas las cosas maravillosas que la vida tenga reservadas únicamente para ti, como persona única e irrepetible que eres. Solo una recomendación: no cedas a la tentación de dar un portazo y aislarte, porque ella no es más que una ficción engendrada por el miedo. “Ser perfectos e inmunes puede parecer muy atractivo –reconoce Brown-, pero no existe en la experiencia humana. Hemos de salir al ruedo…”
Pronto volveremos con más consejos acerca de cómo gestionar positivamente la vulnerabilidad. Pero si por lo pronto quieres conocer más sobre Brené y sus investigaciones en torno a este tema, mira aquí:
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